martes, 22 de abril de 2008

Cuento "La liebre desconocida" - Derecho a la identidad

A continuación, les dejo el cuento que leímos para empezar a trabajar sobre el derecho a la identidad:

La liebre desconocida (versión libre de una fábula esópica)

La liebre vio su imagen reflejada en el charco y comenzó a lamentarse.

-¡Qué figura tan espantosa! Y justo a mí me tuvo que tocar este aspecto. Los poderosos dioses que ordenaron el mundo dieron formas atractivas a todos los animales y a mí, justo a mí, me dejaron este disfraz horroroso. Es injusto. Protesto contra este tratamiento. Estas orejas, por ejemplo, no merecen tal nombre. Las del elefante: ésas sí son orejas. ¡Quiero tener orejas como las del elefante!
No había terminado de gritar su demanda, cuando un trueno la aturdió instantáneamente. Al reaccionar, notó que la cabeza le pesaba. Vio, con asombro y orgullo, que tenía las orejas de elefante. No le molestó el esfuerzo que tenía que hacer para desplazarse. Se sentía alegre, hasta que vio una jirafa a lo lejos.
-Ese sí que es un magnífico cuello. Yo no tengo. Mi cabeza está pegada directamente al cuerpo. ¡Qué bien me vendría un cuello como ése ahora que tengo estas buenas orejas! Es injusto todo esto. ¡Quiero tener el cuello de la jirafa!
Se oyó otra explosión y la liebre se mareó un poco al descubrir que miraba desde una torre altísima. Al darse cuenta de que su cuello era como el de la jirafa, se sintió casi feliz. Las orejas oscilaban como pantallas gigantes allá arriba. Un zorro cruzó raudamente delante de ella y se le terminó la felicidad.
-¡Qué cola deslumbrante la del zorro! Ésa sí que es una cola verdadera, no este pompón tonto que llevo por rabo. Necesito una cola de esa categoría; no puedo pedir menos. ¡Exijo una cola de zorro!
Esta vez el trueno fue violentísimo. La liebre se estremeció por el sacudón, pero valió la pena, porque una maravillosa cola de zorro apareció adornando su extremo. Estaba contenta, pero debía esforzarse para avanzar porque los nuevos órganos dificultaban su marcha. La solución la vio un ciervo que pastaba tranquilamente al límite del bosque.
-Ésas son las patas que yo siempre quise tener. La agilidad, la gracia, la rapidez, todas las virtudes del ciervo se deben a sus patas. ¡Quiero las patas del ciervo!
Otra vez el reclamo fue infalible. Después de una vibrante explosión, la liebre observó que estaba calzada con las patas que quería. Ahora sí estaba satisfecha.
Tantas experiencias novedosas le provocaron profunda sed. Se acercó al arroyo para beber y el reflejo la aterrorizó. Dio un brinco del susto. Le costó mucho reconocer que el monstruo reflejado en las fieles aguas del arroyo era ella. No era liebre, únicamente le quedaba el pequeño cuerpo original. No era elefante, del que sólo tenía las orejas. Tampoco era jirafa, de quién tenía nada más que el cuello. No era zorro, a pesar de la cola elegante. Y no era ciervo, aunque llevaba sus patas.

-¡Qué horror! Soy un monstruo espantoso. Ni yo me reconozco. ¿Quién soy? ¿Quién soy? ¿Quién soy?

Fue lo último que se le oyó decir, antes de que se perdiera en medio del bosque.

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